- Claro que gaviotas hay por todo el mundo, esa clase de ave perteneciente a la familia Laridae que acostumbra a estar siempre cerca del mar. Vigo, esa bella ciudad portuaria con la que tanto me identifico por mi sangre, acoge un gran número de habitantes voladores que campan a sus anchas por la ciudad. Esas son las gaviotas.
Balaídos, muy cercano a la ría de Vigo, suele contar con un aforo cercano a los 30.000 aficionados, aunque en ocasiones se ha superado este número. Esto se debe al gusto de la gaviota por el fútbol y el equipo que mejor representa a su tierra.
Supongo que ya muchos os habréis fijado en como hacen aparición ante las cámaras estas aves tan típicas de la ciudad olívica. Revolotean cerca del objetivo, presumidas y vacilonas. Se posan en asientos, tejas y el propio marcador y admiran el espectáculo.
Ellas son gozosas de esa fortuna de poder presenciar gratuitamente un partido de fútbol. Se visten de un celtista más con su pomposo plumaje y ese pico tan afilado que a veces ha jugado malas pasadas a quien trata de hacer daño al equipo de su ciudad.
Eso mismo ocurriría a finales de los noventa, en un atractivo encuentro que disputarían Celta y Real Madrid en el viejo Balaídos. Allí, ante un estadio a rebosar, la gaviota sería más protagonista que cracks de la talla de Aleksandr Mostovoi o el mismísimo Iago Aspas.
Se acercaba el fin de temporada, y aquella apodada "máquina celeste" -que tan de moda estaba- se mediría al Madrid del germano Jupp Heynckes. Cada equipo contaba con sus respectivos onces, pero el conjunto gallego contaría con su arma secreta: la que amenaza con graznidos y vuela a la velocidad del viento.
Parece que el adorable pajarito temía una amenaza por parte del cuadro merengue, así que utilizaría la inteligente estrategia de ponerse a volar por todo el campo, tomando protagonismo ante el estupor del colegiado Iturralde González, que no sabía ni para donde mirar.
Empleados del club local tratarían de frenar a aquella gaviota que solo veía a su Celta ganador, y las intentonas fueron casi imposibles. Se recurrió a rodearla, intimidarla o incluso taparla con una abrigo para restar su visivilidad.
Algunos desafiaron al máximo el poder celeste de aquella ave, que ya tenía más protagonismo que el mejor jugador del partido. El madridista Fernando Morientes trató de agarrarla, pero ésta le sacudió un picotazo que dejó al delantero con pocas ganas de asaltar Balaídos.
El ardid tuvo su éxito, pues compinchada la gaviota con el ruso Mostovoi, conseguirían dejar en casa los puntos para la escuadra gallega, que se impondría finalmente por 2-1. Nuestra protagonista abandonaría la cancha amenazando volver.
Y es que esta cancha municipal parece el nido de esta clase de aves tan típica en la zona atlántica. Paseas por las calles de Vigo y las contemplas como si fueran una persona más, sintiéndose orgullosas y tenedoras de su propia ciudad, donde hacen también de las suyas si se te ocurre sacar comensales ante su imperial presencia.
Fernando Morientes padeció el ataque de una gaviota en un Celta-Real Madrid. |
- También son dueñas de Balaídos, ese santuario por el que solamente ellas pueden velar debido a la dichosa pandemia que nos ha obligado a no entrar en el santuario celeste. Ahora, en solitario, las gaviotas vuelan por la cancha, melancólicas y nostálgicas. Está claro que echan de menos a esos espectadores que admiran su presumido vuelo.
La gaviota se ha inventado incluso una leyenda por el feudo celeste, pues hay quien asegura que cada vez que la captan las cámaras, algo bueno suele pasar para el Celta. Es un hecho que yo mismo he podido comprobar en ocasiones. Tal es la leyenda de esta ave picuda, que hasta hubo un jugador que celebraba sus goles emulando su mismo vuelo: Henrique Guedes da Silva, alias "Catanha".
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